Hasta los años cincuenta y sesenta, el
llanto de este río se escuchaba con bastante claridad en todo el pueblo,
principalmente durante la noche.
Nuestros padres y abuelos, nos contaban que
este río tenia agua todo el año. Como no había agua potable, en las tardes las
muchachas del pueblo (Delfina Prado, Concha Gómez, Veneranda Joya, Rosa Avilés,
Tencha Rosales, por mencionar algunas) iban las tardes a traer en tinajas el
agua para tomar, ocasión que era muy aprovechada por los varones jóvenes de esa
época para piropear o conversar con las damas que les simpatizaban, debido a
que las madres de estas jóvenes no permitían que sus hijas las visitaran en su
casa, eran muy celosas.
Todo el territorio del rio era una
atractiva belleza natural, adornada por los enormes árboles de gualiqueme,
chilamates, aguacates, posando en sus copas las palomas alas blancas y
azulonas, entonando sus cantos tan agradables que parecía estar escuchando una
pieza musical de Beethoven o Mozart. Abundaban las bandadas de pericos en la
cúspides de los árboles, con su canto ruidoso, las chorchas de matorral en
matorral, mariposas vestidas de todo color enriquecían Ia belleza natural de
aquel ambiente. Al anochecer, los quiebra platos se cruzaban el cauce del río,
los pocoyos apareciendo en los caminos y desapareciendo para esconderse en las
piñuelas, pretendiendo asustar al viajante. El río tenía tanta agua que había
pozas para irse a bañar. Recordamos cuando Santos Pérez Joya, Cleto Gómez,
Silvio Gómez, Rogelio Cerros, José Calderón, Chicho Carrasco, Isidoro Carrasco,
Joaquín López, hacían clavados en las pozas.
Donde están las ruinas del puente viejo,
está un árbol de capulín. Debajo de este árbol aparecía a las diez de la noche,
la cegua lavando. Juan Pablo Hernández (alto funcionario de la alcaldía) y
Bismark Alfaro sostienen que a ellos les salió este espanto, detalle que es
cuestionado por el taxista de Somoto, muy conocido por el seudónimo de “Pestañita”.
Pero a Concho Pérez si le salió, precisamente el día que nació José Rutilio
Guzmán.
En la Semana Santa no había necesidad de ir
a las piscinas, porque las pozas abundaban en el río. Las plateadas, cholos y
sardinas se movían como bailarinas sobre la superficie del agua del rio.
Abundaban las cuevas de los cangrejos. Los sapos y ranas dando la bienvenida a
las primeras lluvias del nuevo invierno. Visitar ahora este río, es triste para
los que conocimos su caudal, porque en vez de agua lo que observamos es pura
polvo, piedras. Los árboles han desaparecido, nadie foresta, los pájaros ya no
cantan. De un rio tan alegre que era antes, ahora reina el silencio de un
cementerio.
Las causas de su muerte las identificamos
en la falta de interés de sus habitantes por cuidar su ambiente natural, sin
obviar las fuertes sequías que han azotado la zona. El significado ancestral de
la palabra Yalagüina, es “pueblo de pescadores” por la abundancia de agua de
este rio, donde sus pobladores de aquellos tiempos, iban a pescar. Cuando crece
por efecto de algunas lluvias, nos trae su recuerdo de lo que fue.
Autor: Manuel Guzmán Centeno. Tomado de la
Revista Zonzapote Edición No. XXX
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